Su verdadero nombre era Jorge Martín Orcaizaguirre y había nacido el 10 de octubre de 1926, en Haedo, provincia de Buenos Aires.
Su apodo, según cuenta Elvira, su compañera, había nacido por culpa de un "tano" que jugando a las bochas le gritaba: Dale pibe, tirale un virulazo. Y así fue conocido cuando era un don nadie y cuando lo fue todo.
Su historia de milonguero nace en Mataderos, cuando bailarines de antaño le enseñaron a dibujar las baldosas con su famoso taco y punta... taco y punta.
De él se tejieron mil historias. Que zapatos especiales; que velas derretidas en las suelas para deslizarse mejor... Lo cierto es que este hombre al que la fama le llegó a los 57 años, quedó en la historia como uno de los más grandes bailarines de tango.
Habitué a clubes, Virulazo se fue haciendo pista primero con Aída y después con Elvira, sus dos compañeras, que debían seguirle los pasos a este inventor de cuerpo y corazón muy anchos.
Su vida, hasta el éxito, fue un trayecto de mates y fideos, pero bastó que en 1983 trabajara en Tango Argentino, para que Estados Unidos se rindiera ante esos pies que tenían, sin duda, mucho de magia.
La vida comenzó a sonreirle. Ahora sí pagaban para verlo desplegar su arte. Giras, personajes famosos, dinero... Todo lo tuvo en el final de su vida. Un edema le atacó una pierna pero Virulazo siguió siendo el mismo. Comida y cigarrillos aplacando ese dolor.
Su corazón, el 2 de agosto de 1990, dijo basta. El fue para el baile, en esta época, lo que el otro gordo, hablamos de Pichuco, fue con el bandoneón. Allí, donde se inscribe la historia tanguera con letras de oro, Virulazo tiene bien ganado su lugar.
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